México: desigualdad, nepotismo y el mito de la meritocracia
¿El pueblo realmente tiene el poder? La oligarquía mexicana monopoliza el poder debido a su acceso a la educación y oportunidades, mientras la mayoría del pueblo queda excluida.
La Caja Redacción
10/9/20243 min read


Los integrantes del gabinete presidencial de México pertenecen a la oligarquía mexicana, una élite que ha tenido el privilegio de acceder a estudios superiores, leer numerosos libros, artículos, investigaciones y adquirir información que está fuera del alcance de la mayoría. Esto refleja la enorme brecha entre la clase gobernante y la trabajadora, el pueblo.
La pregunta que surge es: ¿qué hay de malo en esto?
Si partimos de la creencia de que todos tienen las mismas oportunidades de estudiar, incluso a nivel universitario y de posgrado, podríamos pensar que no hay problema alguno. Al contrario, sería motivo de orgullo. Sin embargo, en la realidad de México, donde solo el 21% de la población tiene educación superior (según datos del INEGI), surge una duda evidente: ¿tiene el pueblo algún poder real? O más bien, ¿está este reservado para quienes pueden acceder a una educación de calidad y tiene la solvencia económica necesaria?
Si lo planteamos de esta forma, la respuesta es clara: no, el pueblo no tiene el poder. El acceso a los puestos públicos y de toma de decisiones parecen estar reservados para una minoría con privilegios educativos y económicos.
Al analizar las últimas tres administraciones (Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo), vemos que, con pocas excepciones, los miembros de sus gabinetes tienen estudios superiores y de posgrado. Sin embargo, encontramos incongruencias, como en el caso de la administración de EPN donde un cirujano fue secretario de seguridad pública y ¿por qué en la Secretaría de Agricultura no se asignaron expertos en el área?
Este análisis revela otro problema: el nepotismo. Los funcionarios suelen tener vínculos cercanos con los mandatarios, lo que plantea una pregunta importante: ¿podría una persona sin estudios superiores o sin dichos vínculos, pero con experiencia real en un área, ocupar esos cargos? Por ejemplo, alguien que ha trabajado toda su vida en el campo y que probablemente entienda mejor sus problemáticas que un académico alejado de la realidad, ¿podría tener acceso a dicho puesto?
El núcleo de esta reflexión es que tanto la meritocracia como el nepotismo están profundamente arraigados en nuestro sistema de gobierno. Sin reformas estructurales que corrijan estos problemas, es imposible darle verdadero poder al pueblo. Y hasta hoy, ninguna administración ha mostrado voluntad para abordar esto.
Entonces, ¿realmente el pueblo tiene el poder? Las personas en zonas marginadas, con carencias económicas, sociales, educativas y de infraestructura, ¿tienen alguna posibilidad de acceder a los mismos puestos que esta élite? Es evidente que no.
No se trata de decir que las personas preparadas no deban administrar el país, sino de reconocer que la meritocracia es un mito. No basta con tener estudios para estar capacitado para un puesto público, y tampoco debería ser un obstáculo para que personas sin títulos, pero con conocimiento práctico, puedan ocupar esos cargos.
Para lograr una participación equitativa en la vida pública, es crucial que toda la población tenga acceso a una educación de calidad, así como a condiciones económicas y sociales dignas. Aunque hemos visto avances en la inclusión y educación durante las últimas administraciones (claro, haciendo una comparación a 60 años de distancia), aún queda mucho camino por recorrer.
México ha dado pasos positivos, como una mayor politización de su población y la obtención de (por decirlo de alguna forma) mayor relevancia con la participación mediante el voto, pero la desigualdad sigue siendo una realidad palpable. Además, el discurso social todavía refleja falta de empatía, más aún cuando se sostienen dichos discursos simplistas como "el que quiere, puede" o "el que no estudia es porque no quiere", ignorando completamente las barreras sociales y económicas que enfrentan millones de mexicanos.
Incluso si todos tuvieran acceso a las mismas herramientas educativas, las condiciones laborales, sociales y económicas seguirían siendo un obstáculo para quienes desean desarrollarse plenamente. ¿Cómo se espera que alguien, después de largas jornadas laborales y horas de transporte, tenga la energía para estudiar o leer?
En conclusión, necesitamos ser más empáticos y conscientes de las desigualdades que persisten en nuestro país. El camino hacia una sociedad más equitativa es largo, y debemos exigir a la nueva administración y a las venideras que tomen medidas concretas para ayudar a erradicar de raíz todos estos problemas.
Busquemos, de verdad, darle el poder al pueblo.
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